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La violencia familiar es una realidad que existe, y causa daño en la esencia de la sociedad, pero se mira para otro lado. El problema se minimiza, no se lo quiera aceptar, el problema es otra cosa: estaba ebrio, el hijo se portó mal, la mujer usó vestido muy corto ... etc.. Lo real, es que nuestros diarios siguen publicando muertes por razones pasionales, donde en el “mejor de los casos”, la vida se termina. Pero, en los Juzgados de Familia seguimos largas agonías de personas que aún con sentencia firme y el más prolijo de los juicios de divorcio, siguen mutilándose. La realidad es que hay una crisis de valores, que de a poco va minando a toda la sociedad; destrozando parejas, quitando la tranquilidad de sus hijos y constituyendo verdaderas familias en riesgo. Se visualiza un cambio de roles aprehendidos ancestralmente, se establece la modificación de pensamiento; no poder sentirse protegido dentro del seno familiar, desemboca en la muerte. Establecer un diagnostico errado conduce a resultados no deseados. Mirar la familia dentro de un contexto social, laboral, cultural, penal y psicológico de vidas desquiciadas, donde surge la urgente necesidad de que el problema pueda ser atendido a tiempo en todas sus facetas, para evitar su fatal desenlace: “un drama al mejor estilo Griego”, como el extremo de los dramas; porque es así, la realidad supera a la ficción. Cuando un operador de familia no interviene a tiempo, las consecuencias están mostrando costos demasiados elevados, y el daño es ya irreversible. Las notables perdidas de valores humanos de esta nueva sociedad, es evidente, sumado a la crisis que está atravesando puntualmente la familia, llevan a la Justicia al deber de adelantar situaciones, como un co-gobierno, porque Argentina no sólo está en crisis económica.